Una sofocante semana a finales de agosto del año 79 d. C. ¿Qué mejor lugar para pasar los últimos días del verano que la bahía de Nápoles? A lo largo de toda la costa, los ciudadanos más ricos del imperio romano se relajan en sus lujosas villas, la flota más poderosa del mundo descansa pacíficamente fondeada en Miseno y los visitantes gastan su dinero en las localidades de Herculano y Pompeya. Sólo un hombre parece preocupado.