Colmillo Blanco, el perro-lobo salvaje que no conoce más leyes que las de la naturaleza, irá agudizando sus instintos de ferocidad o violencia a imagen y semejanza de los hombres. Si el lobezno hubiera pensado como los hombres, dice London, habría calificado la vida como un voraz apetito, y el mundo como un caos gobernado por la suerte, la impiedad y el azar en un proceso sin fin. Por fortuna, Colmillo Blanco encontró al señor del amor al borde de la muerte