En el verano de 1931, el canciller Brüning se veía impotente para atajar el deterioro social de Alemania. La tasa de desempleo era la más elevada de Europa, el Banco Nacional y Darmstadt -una de las tres grandes entidades bancarias- había quebrado, y las medidas deflacionistas sólo lograban causar la irritación de unas clases trabajadoras cada vez más polarizadas en torno a los dos grandes partidos de la oposición: los comunistas, que contaban con 77 escaños en el Parlamento, y los nacionalsocialistas, que tenían 107 escaños. Así las cosas, la gente hablaba de una inminente guerra civil. Ese verano, en una taberna de Berlín, comienza nuestra historia.